EL
SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
Y
LA
PATERNIDAD RESPONSABLE
(Catecismo de la Iglesia Católica)
Naturaleza divina del matrimonio
1601 "La
alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer [fidelidad:
uno y una—solamente—los
dos con Dios] constituyen
entre sí un consorcio de toda la vida [indisolubilidad],
ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la
generación y educación de la prole [fecundidad],
fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento
entre bautizados" (CIC can. 1055, §1)
[El
Sacramento del Matrimonio da una gracia especial a los que lo reciben
dignamente: les capacita a soportar las dificultades de su vocación,
a amarse mutuamente y ser fieles el uno al otro, y a educar a sus
hijos bajo el temor de Dios. Catecismo
Básico de la Doctrina Cristiana]
1604 [El
amor viene
de
Dios, de manera que tiene que ser como el amor de Dios.]
Dios
que ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor,
vocación fundamental e innata de todo ser humano. Porque el hombre
fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,2),
que es Amor (cf 1
Jn 4,8.16).
Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se
convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama
al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador
(cf Gn1,31).
Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a
realizarse en la obra común del cuidado de la creación. «Y los
bendijo Dios y les dijo: "Sed fecundos y multiplicaos, y llenad
la tierra y sometedla"» (Gn 1,28).
1602 [La
alianza matrimonial en
la revelacion divina: entrega
total, comunión personal, fuente eterna
de
misericordia y de vida.]
La sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre
y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26-
27) y se cierra con la visión de las "bodas del Cordero"
(Ap 19,9;
cf. Ap 19,
7). De un extremo a otro la Escritura habla del matrimonio y de su
"misterio", de su institución y del sentido que Dios le
dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo
largo de la historia de la salvación, de sus dificultades nacidas
del pecado y de su renovación "en el Señor" (1
Co 7,39)
todo ello en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la
Iglesia (cf Ef 5,31-32).
La
fidelidad conyugal
2364 El
matrimonio constituye una “íntima comunidad de vida y amor
conyugal, fundada por el Creador y provista de leyes propias”. Esta
comunidad “se establece con la alianza del matrimonio, es decir,
con un consentimiento personal e irrevocable” (GS 48, 1). Los
dos se dan definitiva y totalmente el uno al otro. Ya no son dos,
ahora forman una sola carne. La alianza contraída libremente por los
esposos les impone la obligación de mantenerla una e indisoluble (cf
CIC can.
1056).
“Lo que Dios unió [...], no lo separe el hombre” (Mc 10,
9; cf Mt 19,
1-12; 1
Co 7,
10-11).
2365 La
fidelidad expresa la constancia en el mantenimiento de la palabra
dada. Dios es fiel. El sacramento del Matrimonio hace entrar al
hombre y la mujer en el misterio de la fidelidad de Cristo para con
su Iglesia. Por la castidad conyugal dan testimonio de este misterio
ante el mundo.
San
Juan Crisóstomo sugiere a los jóvenes esposos hacer este
razonamiento a sus esposas: “Te he tomado en mis brazos, te amo y
te prefiero a mi vida. Porque la vida presente no es nada, te ruego,
te pido y hago todo lo posible para que de tal manera vivamos la vida
presente que allá en la otra podamos vivir juntos con plena
seguridad. [...] Pongo tu amor por encima de todo, y nada me será
más penoso que apartarme alguna vez de ti” (In
epistulam ad Ephesios, homilia
20, 8).
La
fecundidad del matrimonio [paternidad
responsible: Dios, conyuge, familia, sociedad]
2366 La
fecundidad es un don, un fin
del matrimonio,
pues el amor conyugal tiende naturalmente a ser fecundo. El niño no
viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del
corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y
cumplimiento. Por eso la Iglesia, que “está en favor de la vida”
(FC 30), enseña que todo “acto matrimonial en sí mismo debe
quedar abierto a la transmisión de la vida” (HV 11). “Esta
doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada
sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no
puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del
acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador”
(HV 12; cf Pío XI, Carta enc. Casti
connubii).
2367 [“Procreadores”]
Llamados a dar la vida, los
esposos participan del poder creador y de la paternidad de Dios
(cf Ef 3,
14; Mt 23,
9). “En el deber de transmitir la vida humana y educarla, que han
de considerar como su misión propia, los cónyuges saben que son
cooperadores del amor de Dios Creador y en cierta manera sus
intérpretes. Por ello, cumplirán su tarea con responsabilidad
humana y cristiana” (GS 50, 2).
2368 Un
aspecto particular de esta responsabilidad se refiere a la regulación
de la procreación.
Por razones justificadas (GS 50), los esposos pueden querer
espaciar los nacimientos de sus hijos. En este caso, deben
cerciorarse de que su deseo no nace del egoísmo, sino que es
conforme a la justa generosidad de una paternidad responsable. Por
otra parte, ordenarán su comportamiento según los criterios
objetivos de la moralidad:
«El carácter moral de la conducta [...], cuando se trata de conciliar el amor conyugal con la transmisión responsable de la vida, no depende sólo de la sincera intención y la apreciación de los motivos, sino que debe determinarse a partir de criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos; criterios que conserven íntegro el sentido de la donación mutua y de la procreación humana en el contexto del amor verdadero; esto es imposible si no se cultiva con sinceridad la virtud de la castidad conyugal» (GS 51).
2369 “Salvaguardando
ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal
conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su
ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad”
(HV 12).
[La
“planificación natural de la familia”]
2370 La
continencia periódica, los métodos de regulación de nacimientos
fundados en la autoobservación y el recurso a los períodos
infecundos (HV 16) son conformes a los criterios objetivos de la
moralidad. Estos métodos respetan el cuerpo de los esposos, fomentan
el afecto entre ellos y favorecen la educación de una libertad
auténtica. Por el contrario, es intrínsecamente mala “toda acción
que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el
desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o
como medio, hacer imposible la procreación” (HV 14):
«Al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal. [...] Esta diferencia antropológica y moral entre la anticoncepción y el recurso a los ritmos periódicos implica [...] dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana irreconciliables entre sí» (FC 32).
2371 Por
otra parte, “sea claro a todos que la vida de los hombres y la
tarea de transmitirla no se limita a este mundo sólo y no se puede
medir ni entender sólo por él, sino que mira siempre al destino
eterno de los hombres”
(GS 51).
2372 El
Estado es responsable del bienestar de los ciudadanos. Por eso es
legítimo que intervenga para orientar la demografía de la
población. Puede hacerlo mediante una información objetiva y
respetuosa, pero no mediante una decisión autoritaria y
coaccionante. No puede legítimamente suplantar la iniciativa de los
esposos, primeros responsables de la procreación y educación de sus
hijos (cf PP 37; HV 23). El Estado no está
autorizado a favorecer medios de regulación demográfica contrarios
a la moral.
La
apertura a la fecundidad
1652 "Por
su naturaleza misma, la institución misma del matrimonio y el amor
conyugal están ordenados a la procreación y a la educación de la
prole y con ellas son coronados como su culminación" (GS 48,1):
«Los hijos son el don más excelente del matrimonio y contribuyen mucho al bien de sus mismos padres. El mismo Dios, que dijo: "No es bueno que el hombre esté solo (Gn 2,18), y que hizo desde el principio al hombre, varón y mujer" (Mt 19,4), queriendo comunicarle cierta participación especial en su propia obra creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: "Creced y multiplicaos" (Gn 1,28). De ahí que el cultivo verdadero del amor conyugal y todo el sistema de vida familiar que de él procede, sin dejar posponer los otros fines del matrimonio, tienden a que los esposos estén dispuestos con fortaleza de ánimo a cooperar con el amor del Creador y Salvador, que por medio de ellos aumenta y enriquece su propia familia cada día más» (GS 50,1).
[Los
maestros supremos: los
padres en el hogar.]
1653 La
fecundidad del amor conyugal se extiende a los frutos de la vida
moral, espiritual y sobrenatural que los padres transmiten a sus
hijos por medio de la educación. Los padres son los principales y
primeros educadores de sus hijos (cf. GE 3). En este
sentido, la tarea fundamental del matrimonio y de la familia es estar
al servicio de la vida (cf FC 28).
1654 Sin
embargo, los esposos a los que Dios no ha concedido tener hijos
pueden llevar una vida conyugal plena de sentido, humana y
cristianamente. Su matrimonio puede irradiar una fecundidad de
caridad, de acogida y de sacrificio.
1657 [Lo
que significa ser “padres”.] Aquí es donde se ejercita de
manera privilegiada el sacerdocio bautismal del
padre de familia, de la madre, de los hijos, de todos los miembros de
la familia, "en la recepción de los sacramentos, en la oración
y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con
la renuncia y el amor que se traduce en obras" (LG 10). El
hogar es así la primera escuela de vida cristiana y "escuela
del más rico humanismo" (GS 52,1). Aquí se aprende la
paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón
generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio
de la oración y la ofrenda de la propia vida.
2222 Los
padres deben mirar a sus hijos como a hijos
de Dios y
respetarlos como a personas
humanas.
Han de educar a sus hijos en el cumplimiento de la ley de Dios,
mostrándose ellos mismos obedientes a la voluntad del Padre de los
cielos.
2223 Los
padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos.
Testimonian esta responsabilidad ante todo por la creación
de un hogar,
donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio
desinteresado son norma. La familia es un lugar apropiado para
la educación
de las virtudes.
Esta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio,
del dominio de sí, condiciones de toda libertad verdadera. Los
padres han de enseñar a los hijos a subordinar las dimensiones
“materiales e instintivas a las interiores y espirituales”
(CA 36). Es una grave responsabilidad para los padres dar buenos
ejemplos a sus hijos. Sabiendo reconocer ante sus hijos sus propios
defectos, se hacen más aptos para guiarlos y corregirlos...
El
don del hijo
2373 La
sagrada Escritura y la práctica tradicional de la Iglesia ven en
las familias
numerosas como
un signo de la bendición divina y de la generosidad de los padres
(cf GS50).
El Catecismo de la Iglesia Catolica
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ENSEÑANZA DEL MÉTODO DE LA OVULACIÓN BILLINGS
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