The Constitution of 1940, (a) substantiated voting as a right, obligation and function of the people; (b) endorsed the previously established form of government, specifically republican, democratic and representative; (c) confirmed individual rights and privileges including private property rights; and (d) introduced the notion of collective rights.
Under the Constitution of 1940, the separation between the three branches of government remained, but with obvious distinctions. Specifically,(a) the role of the prime minister was introduced; (b) the executive branch converted to semi-parliamentary form, where half of its ministers could also be congressmen; and (c) Congress’ form was changed to onerepresentative in the house to every 35,000 citizens or greater fraction of 17,500, and nine senators per province.
The Constitution of 1940 ratified the power and separation of the judiciary. Specifically, the judicial branch remained autonomous and empowered to nominate judges and magistrates. Like the Constitution of 1901, and the U.S. Constitution, Supreme Court justices were appointed by the president and confirmed by the senate. In addition, the Constitution of 1940 instituted a Court of Constitutional and Social Guarantees (the “Constitutional Court”) under the Supreme Court’s jurisdiction. The Constitutional Court was empowered to hear labor and constitutional law matters, and determine remedies for violations thereof.
Under the Constitution of 1940, (a) provincial government was terminated; the provincial councils, however, endured, but were now composed of the mayors of various municipalities incorporated into each province; (b) the governor’s power to suspend mayors ceased, while the municipalities gained the right to tax locally; (c) public expenses and budgeting at all levels became subject to a ministerial officer under the auspices of a newly created Court of Public Administration; and (d) a Court of Public Works was instituted.
The constitutional amendment clause was very strictly enforced in the Constitution of 1940. Title XIX, article 285 (a)-(b) of the Constitution of 1940, required a constitutional convention to modify the language of the Constitution. Congress, however, was authorized to make minor reforms to the document; provided, however, that the following requirements were adhered to: (a) quorum (joint session); (b) two thirds vote of the total number of legislators; and (c)“doble consideración” or consideration of the proposed amendments at two consecutive legislative sessions.
Additionally, the Constitution of 1940 could also be reformed via a referendum clause. The most notable difference between the Constitution of 1901 and the Constitution of 1940 was the addition of constitutional protection for issues relating to family, culture, property and labor. Without constitutional antecedents and expertise in the area of protection of social rights, the drafters of the Constitution of 1940 sought guidance from Second Spanish Republic's “Constitution of 1931” and Germany’s “Weimar Constitution.” The Constitution of 1940 was only in effect for 12 years.
Following a coup d'état by Fulgencio Batista in 1952, parts of this constitution were suspended. Prior to the triumph of the Cuban Revolution, Fidel Castro and the other revolutionaries, through the Manifiesto of the Sierra,[1] claimed that their chief goal was to reinstate the Constitution of 1940. However, the revolutionaries reneged on their promise and abrogated the Constitution of 1940 once in power. It was replaced only in 1976 by the current Constitution of Cuba, which formally defined the country as a one-party state under the Communist Party of Cuba, as well as replacing semi-presidentialism with full presidentialism, abolishing the office of Prime Minister of Cuba.
CUBA - Máximo Gómez Báez jefe del Ejército Libertador
Finalizando el año y recordando todos los infortunios vividos en la manigua cubana desde febrero 24 de 1895, el jefe del Ejército Libertador Máximo Gómez Báez, desde su Cuartel General en el batey del central Narcisa y al pie de la bandera cubana redacta el 29 de diciembre de 1898 la Proclama de Yaguajay, donde aseguraba él que Cuba es "ni libre ni independiente"; y para corroborar sus palabras está el incidente de que al tratar de rendírsele póstumo homenaje al Mayor General Calixto R. García Íñiguez, fallecido en Washington, Estados Unidos, el día 11 de diciembre del infortunado 1898, los miembros de la Asamblea del Cerro fueron dispersados y atropellados por la nueva fuerza de ocupación [los EEUU].
El primero de enero de 1899 el ejército español toma rumbo hacia el Viejo Continente. El 28 de enero quizás si recordando a José Martí, Máximo Gómez escribía en su diario:
"Tristes se han ido los españoles y tristes hemos quedado nosotros, porque un poder extranjero los ha sustituido...."
TRAICION
Máximo Gómez, el más brillante general mambí
Por PEDRO ANTONIO GARCÍA
Fotos: Archivo de BOHEMIA
Fotos: Archivo de BOHEMIA
El 26 de octubre de 1868, por el camino de Santiago venía el general español Quirós con 700 soldados experimentados y la misión de someter a Bayamo, entonces la capital de la insurrección. A un kilómetro del poblado de Baire, en un lugar que llaman Tienda o Venta del Pino, aguardaban 40 mambises bajo las órdenes de Máximo Gómez, dispuestos a detener el avance enemigo.
Los cubanos andaban escasos de armas de fuego y municiones. Solo abundaban los machetes y Máximo Gómez aconsejó adaptarles una guarda o cazoleta en la empuñadura para transformarlos en armas de guerra. “Nadie haga fuego hasta que yo dé la orden”, dijo. La columna integrista, entretanto, iba por el camino real en correcta formación sin apercibirse de la emboscada.
De pronto se oyó el grito de Gómez: “Al machete”. Los fusileros dispararon los pocos cartuchos que tenían y, junto con los demás, se lanzaron detrás de su jefe sobre la tropa peninsular, que retrocedió primero y luego huyó a la desbandada. Más de la mitad quedó tendida en el campo o trasladada herida en angarillas hacia Baire. La columna española no pudo continuar su marcha.
Desde ese día, por lo que hizo después, el nombre de Máximo Gómez se volvió imprescindible en la historia de Cuba.
Retrato
Máximo Gómez Báez nació en Baní, República Dominicana. Aunque la tradición fija como fecha natal el 18 de noviembre de 1836, él mismo confesaba desconocerla, “pues por más que busqué en los libros de mi parroquia no pude dar con ella”. Ante la amenaza de una invasión haitiana a su país, se enroló en el Ejército dominicano y tuvo su bautismo de fuego en el combate de Santomé, el 12 de diciembre de 1856. Tras la anexión de su patria a España (1861), pasó a ser capitán de las fuerzas ibéricas y luego lo ascendieron a comandante.
En 1865 fue destacado en Santiago de Cuba. Lo licenciaron un año después y se asentó en El Dátil, finca ubicada en la jurisdicción de Bayamo. Al ver la prepotencia y las arbitrariedades del colonialismo español, se solidarizó con los cubanos y comenzó a conspirar junto con los independentistas. El 16 de octubre de 1868 se incorporó a la insurrección iniciada por Carlos Manuel de Céspedes y recibió el grado de sargento. Dos días después, el Padre de la Patria le confirió el de mayor general y lo destinó a la tropa de Donato Mármol.
El cronista y general mambí José Miró Argenter, quien le conoció entonces, lo describía de buena estatura, flaco, de tez trigueña y mirada viva, penetrante. Muy sobrio en las comidas, añadía el doctor Gustavo Pérez Abreu, uno de sus ayudantes. “No fumaba, ni profería malas palabras ni permitía tampoco que las dijeran en su cuartel”.
Sin embargo, en la memoria de casi todos los cubanos, Máximo Gómez permanece como el viejo general de cabellos y barbas blancas, copioso bigote, esbelto sobre su corcel, tal aparece en la célebre fotografía del venezolano Gregorio Casañas, captada en el central Narcisa, en octubre de 1898.
Vestía muy sencillo. Al cinto, el machete curvo que perteneció a Martí y un revólver con cabo de nácar. No usaba distintivo militar; sus únicas insignias eran el escudo nacional y una estrella de cinco puntas, al lado izquierdo del pecho.
El primer guerrillero de América
Organizador enérgico, lo calificó Martí, “de quien solo grandezas espero […] Donde está él, está lo sano del país, y lo que recuerda y lo que espera”. A lo que agregaba Maceo: “¿No es el más capaz de todos, y el que ahoga la ambición mezquina con su gloria y con su espada, más grande y más brillante que todos?”.
Sus compañeros de lucha lo llamaron de diversas formas: el Chino, el Viejo General… Pero la historia lo reconoce, para siempre, desde que Martí le designó en nombre del Partido Revolucionario Cubano, “encargado supremo de la guerra, a organizar dentro y fuera de la Isla”, como “El Generalísimo”.
Luego fue el vencedor de mil batallas, el estratega brillante de las invasiones a Guantánamo (1871), Las Villas (1875) y Occidente (1895), y de la Campaña de La Reforma (1897), el táctico genial de La Sacra, Las Guásimas, Mal Tiempo.
Solían decir sus ayudantes y escoltas que en los combates su voz sonaba imperativa y rápida, cuando lanzaba el grito de “¡Al machete!” y levantaba su brazo armado del arma “de ancha y curva hoja de fino acero” y “partía como un rayo, sin preocuparse de si lo seguían o no sus bravos hombres”. Según cuentan, en la guerra del 95, durante la invasión a Occidente, una vez Gómez le orientó al general colombiano José Rogelio Castillo que contabilizara las municiones. “Solo se dispone de dos cartuchos por cada arma”, le informó el internacionalista sudamericano. Antonio Maceo intervino en el diálogo y aseguró que a los cubanos les bastaba el machete para vencer. “Pues adelante, general”, precisó Gómez. “Si se avista al enemigo, un tiro y al machete”.
Uno de sus más enconados rivales, Arsenio Martínez Campos, artífice del Pacto del Zanjón, le calificó como “el primer guerrillero de América”. Otro militar ibérico, el general Armiñán, le llamó “el que más valía de nuestros enemigos”. El político Cánovas del Castillo, contrario jurado de la independencia cubana, le denominaba “el mejor general de ambos bandos”.
Ante la neocolonia
Al cese de la dominación española, con sus declaraciones y su actitud definidamente independentista, disuadió a Estados Unidos en su proyecto de anexarse a Cuba. Definió como su objetivo fundamental “la constitución definitiva de la República para que Cuba sea realmente libre e independiente” en una famosa carta al presidente yanqui.
Cuando Washington apeló al neocolonialismo, mediante la Enmienda Platt, impugnó fuertemente ese apéndice a nuestra soberanía, y, junto con Juan Gualberto Gómez y otros patriotas, convocó solemne y públicamente a luchar contra esa imposición.
Enfrentado al reeleccionismo de Estrada Palma y a la amenaza de la llegada al poder de elementos autonomistas y anexionistas, falleció en La Habana, el 17 de junio de 1905.
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Fuentes consultadas
Los libros Mi diario de la guerra, de Bernabé Boza; Crónicas de la guerra, de José Miró Argenter; Mis primeros treinta años, de Manuel Piedra Martel; Con Maceo en la invasión, de José Llorens; y Máximo Gómez Báez, sus campañas militares, del Centro de Estudios Militares de las FAR. La compilación Máximo Gómez en la independencia patria.