Carta del Santo Padre al Pueblo de Dios que peregrina en Alemania, 29 junio, 2019
Queridos hermanos y hermanas,
La meditación de las lecturas del libro de los Hechos de los Apóstoles que se nos propusieron en el tiempo pascual me movió a escribirles esta carta. Allí encontramos a la primera comunidad apostólica impregnada de esa vida nueva que el Espíritu les regaló transformando cada circunstancia en una buena ocasión para el anuncio. Ellos lo habían perdido todo y en la mañana del primer día de la semana, entre la desolación y la amargura, escucharon de la boca de una mujer que el Señor estaba vivo. Nada ni nadie podía detener la irrupción pascual en sus vidas y ellos no podían callar lo que sus ojos habían contemplado y sus manos tocado (Cfr. 1 Jn. 1, 1).
En este clima y con la convicción de que el Señor «siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad»1quiero acercarme y compartir vuestra preocupación con respecto al futuro de la Iglesia en Alemania. Somos conscientes que no vivimos sólo un tiempo de cambios sino un cambio de tiempo que despierta nuevas y viejas preguntas con las cuales es justo y necesario confrontarse. Situaciones e interrogantes que pude conversar con vuestros pastores en la pasada visita Ad limina y que seguramente siguen resonando en el seno de vuestras comunidades. Como en esa ocasión quisiera brindarles mi apoyo, estar más cerca de Ustedes para caminar a su lado y fomentar la búsqueda para responder con parresia a la situación presente.
1. Con gratitud miro esa red capilar de comunidades, parroquias, capillas, colegios, hospitales, estructuras sociales que han tejido a lo largo de la historia y son testimonio de la fe viva que los ha sostenido, nutrido y vivificado durante varias generaciones. Una fe que pasó por momentos de sufrimiento, confrontación y tribulación, pero también de constancia y vitalidad que se demuestra también hoy rica de frutos en tantos testimonios de vida y obras de caridad. Las comunidades católicas alemanas, en su diversidad y pluralidad, son reconocidas en el mundo entero por su sentido de corresponsabilidad y de una generosidad que ha sabido tender su mano y acompañar la puesta en marcha de procesos de evangelización en regiones bastante sumergidas y carentes de posibilidades. Tal generosidad no sólo se manifestó en la historia reciente como ayuda económico-material sino también compartiendo, a lo largo de los años, numerosos carismas y personas: sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos que han cumplido fiel e incansablemente su servicio y misión en situaciones a menudo difíciles2. Han regalado a la Iglesia Universal grandes santos y santas, teólogos y teólogas, así como pastores y laicos que ayudaron a que el encuentro entre el Evangelio y las culturas pudiera alcanzar nuevas síntesis capaces de despertar lo mejor de ambos3 y ser ofrecidas a las nuevas generaciones con el mismo ardor de los inicios. Lo cual permitió un notable esfuerzo por individuar respuestas pastorales a la altura de los desafíos que se les presentaban.
Es de señalar el camino ecuménico que realizan y del cual pudimos ver los frutos durante la conmemoración del 500º aniversario de la Reforma, un camino que permite incentivar las instancias de oración, de intercambio cultural y ejercicio de la caridad capaz de superar los prejuicios y heridas del pasado permitiendo celebrar y testimoniar mejor la alegría del Evangelio.
2. Hoy, sin embargo, coincido con Ustedes en lo doloroso que es constatar la creciente erosión y decaimiento de la fe con todo lo que ello conlleva no sólo a nivel espiritual sino social y cultural. Situación que se visibiliza y constata, como ya lo supo señalar Benedicto XVI, no sólo «en el Este, donde, como sabemos, la mayoría de la población está sin bautizar y no tiene contacto alguno con la Iglesia y, a menudo, no conoce en absoluto a Cristo»4 sino también en la así llamada «región de tradición católica [dónde se da] una caída muy fuerte de la participación en la Misa dominical, como de la vida sacramental»5. Un deterioro, ciertamente multifacético y de no fácil y rápida solución, que pide un abordaje serio y consciente que nos estimule a volvernos, en el umbral de la historia presente, como aquel mendicante para escuchar las palabras del apóstol: «no tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina» (Hch. 3, 6).
3. Para enfrentar esta situación, vuestros pastores han sugerido un camino sinodal. Qué significa en concreto y cómo se desarrollará es algo que seguramente se está todavía considerando. De mi parte expresé mis reflexiones sobre la sinodalidad de la Iglesia en ocasión de la celebración de los cincuenta años del Sínodo de obispos6. En sustancia se trata de un synodos bajo la guía del Espíritu Santo, es decir, caminar juntos y con toda la Iglesia bajo su luz, guía e irrupción para aprender a escuchar y discernir el horizonte siempre nuevo que nos quiere regalar. Porque la sinodalidad supone y requiere la irrupción del Espíritu Santo.
En la reciente asamblea plenaria de los Obispos italianos tuve la oportunidad de reiterar esta realidad central para la vida de la Iglesia aportando la doble perspectiva que la misma opera: «sinodalidad desde abajo hacia arriba, o sea el deber de cuidar la existencia y el buen funcionamiento de la Diócesis: los consejos, las parroquias, la participación de los laicos... (cfr CIC 469-494), comenzando por la diócesis, pues no se puede hacer un gran sínodo sin ir a la base…; y después la sinodalidad desde arriba hacia abajo» que permite vivir de manera específica y singular la dimensión Colegial del ministerio episcopal y del ser eclesial7. Sólo así podemos alcanzar y tomar decisiones en cuestiones esenciales para la fe y la vida de la Iglesia. Lo cual será efectivamente posible si nos animamos a caminar juntos con paciencia, unción y con la humilde y sana convicción de que nunca podremos responder contemporáneamente a todas las preguntas y problemas. La Iglesia es y será siempre peregrina en la historia, portadora de un tesoro en vasijas de barro (cfr. 2 Cor. 4, 7). Esto nos recuerda que nunca será perfecta en este mundo y que su vitalidad y hermosura radica en el tesoro del que es constitutivamente portadora8.
Los interrogantes presentes, así como las respuestas que demos exigen, para que pueda gestarse un sano aggiornamento, «una larga fermentación de la vida y la colaboración de todo un pueblo por años»9. Esto estimula generar y poner en marcha procesos que nos construyan como Pueblo de Dios más que la búsqueda de resultados inmediatos que generen consecuencias rápidas y mediáticas pero efímeras por falta de maduración o porque no responden a la vocación a la que estamos llamados.
4. En este sentido, envueltos en serios e inevitables análisis, se puede caer en sutiles tentaciones a las que considero necesario prestarles especial atención y cuidado, ya que, lejos de ayudarnos a caminar juntos, nos mantendrán aferrados e instalados en recurrentes esquemas y mecanismos que acaben desnaturalizando o limitando nuestra misión; y además con el agravante de que, si no somos conscientes de los mismos, podremos terminar girando en torno a un complicado juego de argumentaciones, disquisiciones y resoluciones que no hacen más que alejarnos del contacto real y cotidiano del pueblo fiel y del Señor.
5. Asumir y sufrir la situación actual no implica pasividad o resignación y menos negligencia, por el contrario supone una invitación a tomar contacto con aquello que en nosotros y en nuestras comunidades está necrosado y necesita ser evangelizado y visitado por el Señor. Y esto requiere coraje porque lo que Necesitamos es mucho más que un cambio estructural, organizativo o funcional.
Recuerdo que en el encuentro que mantuve con vuestros pastores en el 2015 les decía que una de las primeras y grandes tentaciones a nivel eclesial era creer que las soluciones a los problemas presentes y futuros vendrían exclusivamente de reformas puramente estructurales, orgánicas o burocráticas pero que, al final del día, no tocarían en nada los núcleos vitales que reclaman atención. «Se trata de un nuevo pelagianismo, que nos conduce a poner la confianza en las estructuras administrativas y las organizaciones perfectas. Una excesiva centralización que, en vez de ayudarnos, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera (Evangelii Gaudium, 32)» 10.
Lo que está en la base de esta tentación es pensar que, frente a tantos problemas y carencias, la mejor respuesta sería reorganizar las cosas, hacer cambios y especialmente “remiendos” que permitan poner en orden y en sintonía la vida de la Iglesia adaptándola a la lógica presente o la de un grupo particular. Por este camino pareciera que todo se soluciona y las cosas volverán a su cauce si la vida eclesial entrase en un “determinado” nuevo o antiguo orden que ponga fin a las tensiones propias de nuestro ser humanos y de las que el Evangelio quiere provocar11.
Por ese camino la vida eclesial podría eliminar tensiones, estar “en orden y en sintonía” pero sólo provocaría, con el tiempo, adormecer y domesticar el corazón de nuestro pueblo y disminuir y hasta acallar la fuerza vital y evangélica que el Espíritu quiere regalar: «esto sería el pecado más grande de mundanidad y de espíritu mundano anti-evangélico»12. Se tendría un buen cuerpo eclesial bien organizado y hasta “modernizado” pero sin alma y novedad evangélica; viviríamos un cristianismo “gaseoso” sin mordedura evangélica13. «Hoy estamos llamados a gestionar el desequilibrio. Nosotros no podemos hacer algo bueno, evangélico si le tenemos miedo al desequilibrio»14. No podemos olvidar que hay tensiones y desequilibrios que tienen sabor a Evangelio y que son imprescindibles mantener porque son anuncio de vida nueva.
6. Por eso me parece importante no perder de vista lo que «la Iglesia enseñó reiteradas veces: no somos justificados por nuestras obras o por nuestros esfuerzos, sino por la gracia del Señor que toma la iniciativa»15. Sin esta dimensión teologal, en las diversas innovaciones y propuestas que se realicen, repetiremos aquello mismo que hoy está impidiendo, a la comunidad eclesial, anunciar el amor misericordioso del Señor. La manera que se tenga para asumir la situación actual será determinante de los frutos que posteriormente se desarrollarán. Por eso apelo a que se haga en clave teologal para que el Evangelio de la Gracia con la irrupción del Espíritu Santo sea la luz y guía para enfrentar estos desafíos. Cada vez que la comunidad eclesial intentó salir sola de sus problemas confiando y focalizándose exclusivamente en sus fuerzas o en sus métodos, su inteligencia, su voluntad o prestigio, terminó por aumentar y perpetuar los males que intentaba resolver. El perdón y la salvación no es algo que tenemos que comprar «o que tengamos que adquirir con nuestras obras o esfuerzos. El Señor nos perdona y nos libera gratis. Su entrega en la Cruz es algo tan grande que nosotros no podemos ni debemos pagarlo, sólo tenemos que recibirlo con inmensa gratitud y con la alegría de ser tan amados antes aún de que pudiéramos imaginarlo»16.
El escenario presente no tiene el derecho de hacernos perder de vista que nuestra misión no se sostiene sobre previsiones, cálculos o encuestas ambientales alentadoras o desalentadoras ni a nivel eclesial ni a nivel político como económico o social. Tampoco sobre los resultados exitosos de nuestros planes pastorales17. Todas estas cosas son importantes valorarlas, escucharlas, reflexionarlas y estar atentos, pero en sí no agotan nuestro ser creyente. Nuestra misión y razón de ser radica en que «Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Jn. 3, 16). «Sin vida nueva y auténtico espíritu evangélico, sin “fidelidad de la Iglesia a la propia vocación”, cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo»18.
Por eso, la transformación a operarse no puede responder exclusivamente como reacción a datos o exigencias externas, como podrían ser el fuerte descenso de los nacimientos y el envejecimiento de las comunidades que no permiten visibilizar un recambio generacional. Causas objetivas y válidas pero que vistas aisladamente fuera del misterio eclesial favorecerían y estimularían una actitud reaccionaria (tanto positiva como negativa) ante los problemas. La transformación verdadera responde y reclama también exigencias que nacen de nuestro ser creyentes y de la propia dinámica evangelizadora de la Iglesia, reclama la conversión pastoral. Se nos pide una actitud que buscando vivir y transparentar el evangelio rompa con «el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad»19. La conversión pastoral nos recuerda que la evangelización debe ser nuestro criterio-guía por excelencia sobre el cual discernir todos los movimientos que estamos llamados a dar como comunidad eclesial; la evangelización constituye la misión esencial de la Iglesia20.
7. Es necesario, por tanto, como bien lo señalaron vuestros pastores, recuperar el primado de la evangelización para mirar el futuro con confianza y esperanza porque, «evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad creyente, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor»21.
La evangelización, así vivida, no es una táctica de reposicionamiento eclesial en el mundo de hoy o un acto de conquista, dominio o expansión territorial; tampoco un “retoque” que la adapte al espíritu del tiempo pero que le haga perder su originalidad y profecía; como tampoco es la búsqueda para recuperar hábitos o prácticas que daban sentido en otro contexto cultural. No. La evangelización es un camino discipular de respuesta y conversión en el amor a Aquel que nos amó primero (Cfr. 1 Jn. 4, 19); un camino que posibilite una fe vivida, experimentada, celebrada y testimoniada con alegría. La evangelización nos lleva a recuperar la alegría del Evangelio, la alegría de ser cristianos. Es cierto, hay momentos duros, tiempos de cruz, pero nada puede destruir la alegría sobrenatural, que se adapta, se transforma y siempre permanece, al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. La evangelización genera seguridad interior, una serenidad esperanzadora que brinda su satisfacción espiritual incomprensible para los parámetros humanos22. El mal humor, la apatía, la amargura, el derrotismo, así como la tristeza no son buenos signos ni consejeros; es más, hay veces que «la tristeza tiene que ver con la ingratitud, con estar encerrado en sí mismo y uno se vuelve incapaz de reconocer los regalos de Dios»23.
8. De ahí que nuestra preocupación principal debe rondar en como compartir esta alegría abriéndonos y saliendo a encontrar a nuestros hermanos principalmente aquellos que están tirados en el umbral de nuestros templos, en las calles, en cárceles y hospitales, plazas y ciudades. El Señor fue claro: «busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura» (Mt 6, 33). Salir a ungir con el espíritu de Cristo todas las realidades terrenas, en sus múltiples encrucijadas principalmente allí «donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades»24. Ayudar a que la Pasión de Cristo toque real y concretamente las múltiples pasiones y situaciones donde su Rostro sigue sufriendo a causa del pecado y la inequidad. Pasión que pueda desenmascarar las viejas y nuevas esclavitudes que hieren al hombre y mujer especialmente hoy que vemos rebrotar discursos xenófobos y promueven una cultura basada en la indiferencia, el encierro, así como en el individualismo y la expulsión. Y, a su vez, sea la Pasión del Señor la que despierte en nuestras comunidades y, especialmente en los más jóvenes, la pasión por su Reino.
Esto nos pide «desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo»25.
Deberíamos, por tanto, preguntarnos qué cosa el Espíritu dice hoy a la Iglesia (Ap. 2, 7), reconocer los signos de los tiempos26, lo cual no es sinónimo de adaptarse simplemente al espíritu del tiempo sin más (Rm. 12, 2). Todas estas dinámicas de escucha, reflexión y discernimiento tienen como objetivo volver a la Iglesia cada día más fiel, disponible, ágil y transparente para anunciar la alegría del Evangelio, base sobre la cual pueden ir encontrando luz y respuesta todas las cuestiones27. Los desafíos están para ser superados. Debemos ser realistas pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!»28.
9. El Concilio Vaticano II marcó un importante paso en la toma de conciencia que la Iglesia tiene tanto de sí misma como de su misión en el mundo contemporáneo. Este camino iniciado hace más de cincuenta años nos sigue estimulando en su recepción y desarrollo y todavía no llegó a su fin, sobre todo, en relación a la sinodalidad llamada a operarse en los distintos niveles de la vida eclesial (parroquia, diócesis, en el orden nacional, en la Iglesia universal, como en las diversas congregaciones y comunidades). Este proceso, especialmente en estos tiempos de fuerte tendencia a la fragmentación y polarización, reclama desarrollar y velar para que el Sensus Ecclesiae también viva en cada decisión que tomemos y nutra todos los niveles. Se trata de vivir y de sentir con la Iglesia y en la Iglesia, lo cual, en no pocas situaciones, también nos llevará a sufrir en la Iglesia y con la Iglesia. La Iglesia Universal vive en y de las Iglesias particulares29, así como las Iglesias particulares viven y florecen en y de la Iglesia Universal, y si se encuentran separadas del entero cuerpo eclesial, se debilitan, marchitan y mueren. De ahí la necesidad de mantener siempre viva y efectiva la comunión con todo el cuerpo de la Iglesia, que nos ayuda a superar la ansiedad que nos encierra en nosotros mismos y en nuestras particularidades a fin de poder mirar a los ojos, escuchar o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino. A veces esta actitud puede manifestarse en el mínimo gesto, como el del padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas abiertas para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad30. Esto no es sinónimo de no caminar, avanzar, cambiar e inclusive no debatir y discrepar, sino es simplemente la consecuencia de sabernos constitutivamente parte de un cuerpo más grande que nos reclama, espera y necesita y que también nosotros reclamamos, esperamos y necesitamos. Es el gusto de sentirnos parte del santo y paciente Pueblo fiel de Dios.
Los desafíos que tenemos entre manos, las diferentes cuestiones e interrogantes a enfrentar no pueden ser ignoradas o disimuladas: han de ser asumidas pero cuidando de no quedar atrapados en ellas, perdiendo perspectiva, limitando el horizonte y fragmentando la realidad. «Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad»31. En este sentido el Sensus Ecclesiae nos regala ese horizonte amplio de posibilidad desde donde buscar responder a las cuestiones que urgen y además nos recuerda la belleza del rostro pluriforme de la Iglesia32. Rostro pluriforme no sólo desde una perspectiva espacial en sus pueblos, razas, culturas33, sino también desde su realidad temporal que nos permite sumergirnos en las fuentes de la más viva y plena Tradición la cual tiene la misión de mantener vivo el fuego más que conservar las cenizas34 y permite a todas las generaciones volver a encender, con la asistencia del Espíritu Santo, el primer amor.
El Sensus Ecclesiae nos libera de particularismos y tendencias ideológicas para hacernos gustar de esa certeza del Concilio Vaticano II, cuando afirmaba que la Unción del Santo (1 Jn. 2, 20 y 27) pertenece a la totalidad de los fieles35. La comunión con el santo Pueblo fiel de Dios, portador de la Unción, mantiene viva la esperanza y la certeza de saber que el Señor camina a nuestro a lado y es Él quién sostiene nuestros pasos. Un sano caminar juntos debe traslucir esta convicción buscando los mecanismos para que todas las voces, especialmente la de los más sencillos y humildes, tengan espacio y visibilidad. La Unción del Santo que ha sido derramada a todo el cuerpo eclesial «reparte gracias especiales entre los fieles de cualquier estado o condición y distribuye sus dones a cada uno según quiere (1 Cor 12, 11). Con esos dones hace que estén preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen a renovar y construir más y más la Iglesia, según aquellas palabras: A cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común (1 Cor. 12, 7)»36. Esto nos ayuda a estar atentos a esa antigua y siempre nueva tentación de los promotores del gnosticismo que, queriendo hacerse un nombre proprio y expandir su doctrina y fama, buscaban decir algo siempre nuevo y distinto de lo que la Palabra de Dios les regalaba. Es lo que san Juan describe con el término proagon, el que se adelanta, el avanzado (2 Jn v. 9) y que pretende ir más allá del nosotros eclesial que preserva de los excesos que atentan a la comunidad37.
10. Por tanto, velen y estén atentos ante toda tentación que lleve a reducir el Pueblo de Dios a un grupo ilustrado que no permita ver, saborear y agradecer esa santidad desparramada y que vive «en el pueblo de Dios paciente: en los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo... En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Muchas veces la santidad “de la puerta de al lado”, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios»38. Esa es la santidad que protege y reguardó siempre a la Iglesia de toda reducción ideológica cientificista y manipuladora. Santidad que evoca, recuerda e invita a desarrollar ese estilo mariano en la actividad misionera de la Iglesia capaz de articular la justicia con la misericordia, la contemplación con la acción, la ternura con la convicción. «Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes que no necesitan maltratar a otros para sentirse importante»39.
En mi tierra natal, existe un sugerente y potente dicho que puede iluminar: «los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera; tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera»40. Hermanos y hermanas cuidémonos unos a otros y estemos atentos a la tentación del padre de la mentira y la división, al maestro de la separación que, impulsando buscar un aparente bien o respuesta a una situación determinada, termina fragmentando de hecho el cuerpo del santo Pueblo fiel de Dios. Como cuerpo apostólico caminemos y caminemos juntos, escuchándonos bajo la guía del Espíritu Santo, aunque no pensemos igual, desde la sapiente convicción que «la Iglesia, con el correr de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina hasta que en ella se consumen las palabras de Dios»41.
11. La perspectiva sinodal no cancela los antagonismos o perplejidades, ni los conflictos quedan supeditados a resoluciones sincretistas de “buen consenso” o resultantes de la elaboración de censos o encuestas sobre tal o cual tema. Eso sería muy reductor.
La sinodalidad, con el trasfondo y centralidad de la evangelización y del Sensus Ecclesiae como elementos determinantes de nuestro ADN eclesial, reclama asumir conscientemente un modo de ser Iglesia donde «el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas… Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos… Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia»42.
12. Esto requiere en todo el Pueblo de Dios, y especialmente en sus pastores, un estado de vigilia y conversión que permitan mantener vivas y operantes estas realidades. Vigilia y conversión son dones que sólo el Señor nos puede regalar. A nosotros nos basta pedir su gracia por medio de la oración y el ayuno. Siempre me impresionó cómo durante la vida, especialmente en los momentos de las grandes decisiones, el Señor fue particularmente tentado. La oración y el ayuno tuvieron un lugar especial como determinante de todo su accionar posterior (Cfr. Mt. 4, 1-11). La sinodalidad tampoco puede escapar a esta lógica, y tiene que ir siempre acompañada de la gracia de la conversión para que nuestro accionar personal y comunitario pueda representar y asemejarse cada vez más al de la kénosis de Cristo (cfr. Fil 2, 1- 11). Hablar, actuar y responder como Cuerpo de Cristo significa también hablar y actuar a la manera de Cristo con sus mismos sentimientos, trato y prioridad. Por tanto, la gracia de la conversión, siguiendo el ejemplo del Maestro que «se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor» (Fil. 2, 7), nos libra de falsos y estériles protagonismos, nos desinstala de la tentación de permanecer en posiciones protegidas y acomodadas y nos invita a ir a las periferias para encontrarnos y escuchar mejor al Señor.
Esta actitud de kénosis nos permite también experimentar la fuerza creativa y siempre rica de la esperanza que nace de la pobreza evangélica a la que estamos llamados, la cual nos hace libres para evangelizar y testimoniar. Así permitimos al Espíritu refrescar y renovar nuestra vida librándola de esclavitudes, inercias y conveniencias circunstanciales que impiden caminar y especialmente adorar. Porque al adorar, el hombre cumple su deber supremo y es capaz de vislumbrar la claridad venidera, esa que nos ayuda a saborear la nueva creación43.
Sin esta dimensión corremos el riesgo de partir desde nosotros mismos o del afán de autojustificación y autopreservación que nos llevará a realizar cambios y arreglos pero a mitad de camino, los cuales, lejos de solucionar los problemas, terminarán enredándonos en un espiral sin fondo que mata y asfixia el anuncio más hermoso, liberador y promitente que tenemos y que da sentido a nuestra existencia: Jesucristo es el Señor. Necesitamos oración, penitencia y adoración que nos pongan en situación de decir como el publicano: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!» (Lc. 18, 13); no como actitud mojigata, pueril o pusilánime sino con la valentía para abrir la puerta y ver lo que normalmente queda velado por la superficialidad, la cultura del bienestar y la apariencia44.
En el fondo, estas actitudes, verdaderas medicinas espirituales (la oración, la penitencia y la adoración) permitirán volver a experimentar que ser cristiano es saberse bienaventurado y, por tanto, portador de bienaventuranza para los demás; ser cristiano es pertenecer a la Iglesia de las bienaventuranzas para los bienaventurados de hoy: los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los odiados, excluidos e insultados (cfr. Lc. 6, 20-23). No nos olvidemos que «en las bienaventuranzas el Señor nos indica el camino. Caminándolas podemos arribar a la felicidad más auténticamente humana y divina. Las bienaventuranzas, son el espejo en donde mirarnos, lo que nos permite saber si estamos caminando sobre un sendero justo: es un espejo que no miente»45.
13. Queridos hermanos y hermanas, sé de vuestra constancia y de lo que han sufrido y sufren sin desfallecer por el nombre del Señor; sé también de vuestro deseo y ganas de reavivar eclesialmente el primer amor (cfr. Ap. 2, 1-5) con la fuerza del Espíritu, que no rompe la caña quebrada ni apaga la mecha que arde débilmente (Cfr. Is. 42,3), para que nutra, vivifique y haga florecer lo mejor de vuestro pueblo. Quiero caminar y caminar a vuestro lado con la certeza de que, si el Señor nos consideró dignos de vivir esta hora, no lo hizo para avergonzarnos o paralizarnos frente a los desafíos sino para dejar que su Palabra vuelva, una vez más, a provocar y hacer arder el corazón como lo hizo con vuestros padres, para que vuestros hijos e hijas tengan visiones y vuestros ancianos vuelvan a tener sueños proféticos (Cfr. Joel 3, 1). Su amor «nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!»46.
Y, por favor, les pido que recen por mí.
Vaticano, 29 de junio de 2019.
FRANCISCO
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1 Evangelii Gaudium, 11.
2 Cfr. Benedicto XVI, Encuentro con los obispos de Alemania, Colonia 21 de agosto de 2005.
3 Cfr. Gaudium et Spes, 58.
4 Benedicto XVI, Encuentro con los obispos de Alemania, Colonia 21 de agosto de 2005.
5 Francisco, Visita ad Limina, 20 de noviembre de 2015.
6 Cfr. Episcopalis communion 2018.
7 Lumen Gentium, 23; Christus Dominus, 3. Citando a la Comisión Teológica Internacional en su publicación La sinodalità nella vita e missione della Chiesa les decía a los obispos italianos: «la collegialità, pertanto, è la forma specifica in cui la sinodalitè ecclesiale si manifesta e si realizza attraverso il ministero dei Vescovi sul livello della comunione tra le Chiese particolari in una regione e sul livello della comunione tra tutte le Chiese nella Chiesa universale. Ogni autentica manifestazione di sinodalitè esige per sua natura l’esercizio del ministero collegiale dei Vescovi»
8 Cfr. Lumen Gentium, 8.
9 Yves Congar, Vera e falsa riforma nella Chiesa, 259.
10 Francisco, Visita ad Limina, 20 de noviembre de 2015.
11 Al final es la lógica del paradigma tecnocrático que se impone en todas las decisiones, relaciones y acentuaciones de nuestra vida (Cfr. Laudato si’, 106-114). Lógica que, por tanto, también afecta a nuestra manera de pensar, sentir y amar al Señor y a los demás.
12 Francisco, Convenio Diócesis de Roma, mayo 2019.
13 «¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales! Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios. ¡No nos dejemos robar el Evangelio!» Evangelii Gaudium, 97.
14 Idem.
15 Gaudete et Exsultate, 52.
16 Christus Vivit, 121.
17 Actitud que desencadenaría un espíritu de “exitismo” cuando el viento sea favorable o de “victimismo” cuando “haya que remar con viento en contra”. Lógicas que no pertenecen al espíritu evangélico y traslucen una vivencia elitista de la fe. Ni exitismo ni victimismo, el cristiano es la persona del agradecimiento.
18 Evangelii Gaudium, 26.
19 Evangelii Gaudium, 83.
20 Cfr. Evangelii Nuntiandi, 14.
21 Evangelii Nuntiandi, 15.
22 Cfr. Gaudete et Exsultate, 125.
23 Gaudete et Exsultate, 126.
24 Evangelii Gaudium, 74.
25 Evangelii Gaudium, 268.
26 Cfr. Gaudium et Spes, 4; 11.
27 Cfr. Evangelii Gaudium 2013.
28 Evagenlii Gaudium, 109.
29 Lumen Gentium, 23.
30 Cfr. Evangelii Gaudium, 46.
31 Evangelii Gaudium, 226.
32 Cfr. Novo Millennio Ineunte, 40.
33 Cfr. Lumen Gentium, 13.
34 Gustav Mahler: “la tradición es la salvaguarda del futuro y no la conservación de las cenizas”.
35 Cfr. Lumen Gentium, 12.
36 Lumen Gentium, 12.
37 Cfr. Jospeh Ratzinger, El Dios de Jesucristo, Salamanca 1979, 104-105.
38 Gaudete et Exsultate, 4.
39 Evangelii Gaudium, 283.
40 José Hernandez, Martin Fierro.
41 Dei Verbum, 8.
42 Evangelii Gaudium, 235.
43 Cfr. Romano Guardini, Pequeña Suma Teológica, Madrid 1963, 27-33
44 Cfr. J. M. Bergoglio, Sobre la acusación de sí, 2.
45 Francisco, Convenio Florencia, 2015.
46 Evangelii Gaudium, 5.
[01164-ES.01] [Texto original: Español]
Traduzione in lingua tedesca
An das pilgernde Volk Gottes in Deutschland
Liebe Brüder und Schwestern,
Die Betrachtung der Lesungen der österlichen Festzeit aus der Apostelgeschichte hat mich bewegt, euch diesen Brief zu schreiben. In diesen Lesungen begegnen wir der allerersten apostolischen Gemeinde, die ganz von dem neuen Leben durchdrungen ist, das der Heilige Geist geschenkt hat, der gleichzeitig alle Umstände so gefügt hat, dass daraus gute Anlässe zur Verkündigung geworden sind. Die Jünger schienen damals alles verloren zu haben und am ersten Tag der Woche, zwischen Bitterkeit und Traurigkeit, hörten sie aus dem Munde einer Frau, dass der Herr lebe. Nichts und niemand konnte das Eindringen des Ostergeheimnisses in ihr Leben aufhalten und zugleich konnten die Jünger nicht begreifen, was ihre Augen geschaut und ihre Hände berührt haben (vgl. 1 Joh 1,1).
Angesichts dessen und mit der Überzeugung, dass der Herr «mit seiner Neuheit immer unser Leben und unsere Gemeinschaft erneuern kann»[1], möchte ich Euch nahe sein und Eure Sorge um die Zukunft der Kirche in Deutschland teilen. Wir sind uns alle bewusst, dass wir nicht nur in einer Zeit der Veränderungen leben, sondern vielmehr in einer Zeitenwende, die neue und alte Fragen aufwirft, angesichts derer eine Auseinandersetzung berechtigt und notwendig ist. Die Sachlagen und Fragestellungen, die ich mit Euren Hirten anlässlich des letzten Ad-limina-Besuches besprechen konnte, finden sicherlich weiterhin Resonanz in Euren Gemeinden. Wie bei jener Gelegenheit, möchte ich euch meine Unterstützung anbieten, meine Nähe auf dem gemeinsamen Weg kundtun und zur Suche nach einer freimütigen Antwort auf die gegenwärtige Situation ermuntern.
1. Mit Dankbarkeit betrachte ich das feine Netzwerk von Gemeinden und Gemeinschaften, Pfarreien und Filialgemeinden, Schulen und Hochschulen, Krankenhäusern und anderen Sozialeinrichtungen, die im Laufe der Geschichte entstanden sind und von lebendigem Glauben Zeugnis ablegen, der sie über mehrere Generationen hinweg erhalten, gepflegt und belebt hat. Dieser Glaube ist durch Zeiten gegangen, die bestimmt waren von Leiden, Konfrontation und Trübsal, und zeichnet sich gleichzeitig durch Beständigkeit und Lebendigkeit aus; auch heute noch zeigt er sich in vielen Lebenszeugnissen und in Werken der Nächstenliebe reich an Frucht. Die katholischen Gemeinden in Deutschland in ihrer Diversität und Pluralität sind weltweit anerkannt für ihr Mitverantwortungsbewusstsein und ihre Großzügigkeit, die es verstanden hat, die Hand auszustrecken und die Umsetzung von Evangelisierungsprozessen in Regionen in benachteiligten Gegenden mit fehlenden Möglichkeiten zu erreichen und zu begleiten. Diese Großherzigkeit hat sich in der jüngeren Geschichte nicht nur in Form von ökonomischer und materieller Hilfe gezeigt, sondern auch dadurch, dass sie im Laufe der Jahre zahlreiche Charismen geteilt und Personal ausgesandt hat: Priester, Ordensfrauen und Ordensmänner sowie Laien, die ganz treu und unermüdlich ihren Dienst und ihre Mission unter oft sehr schwierigen Bedingungen erfüllt haben.[2] Ihr habt der Weltkirche große heilige Männer und Frauen, große Theologen und Theologinnen sowie geistliche Hirten und Laien geschenkt, die ihren Beitrag für das Gelingen einer fruchtbaren Begegnung zwischen dem Evangelium und den Kulturen geleistet haben, hin auf neue Synthesen und fähig, das Beste aus beiden für zukünftige Generationen im gleichen Eifer der Anfänge zu erwecken.[3] Dies ermöglichte bemerkenswerte Bemühungen, pastorale Antworten auf die Herausforderungen zu finden, die sich Euch gestellt haben.
Hingewiesen sei auch auf den von Euch eingeschlagenen ökumenischen Weg, dessen Früchte sich anlässlich des Gedenkjahres „500 Jahre Reformation“ gezeigt haben. Dieser Weg ermuntert zu weiteren Initiativen im Gebet sowie zum kulturellen Austausch und zu Werken der Nächstenliebe, die befähigen, die Vorurteile und Wunden der Vergangenheit zu überwinden, damit wir die Freude am Evangelium besser feiern und bezeugen können.
2. Heute indes stelle ich gemeinsam mit euch schmerzlich die zunehmende Erosion und den Verfall des Glaubens fest mit all dem, was dies nicht nur auf geistlicher, sondern auch auf sozialer und kultureller Ebene einschließt. Diese Situation lässt sich sichtbar feststellen, wie dies bereits Benedikt XVI. aufgezeigt hat, nicht nur «im Osten, wie wir wissen, wo ein Großteil der Bevölkerung nicht getauft ist und keinerlei Kontakt zur Kirche hat und oft Christus überhaupt nicht kennt»[4], sondern sogar in sogenannten «traditionell katholischen Gebieten mit einem drastischen Rückgang der Besucher der Sonntagsmesse sowie beim Empfang der Sakramente»[5]. Es ist dies ein sicherlich facettenreicher und weder bald noch leicht zu lösender Rückgang. Er verlangt ein ernsthaftes und bewusstes Herangehen und fordert uns in diesem geschichtlichen Moment wie jenen Bettler heraus, wenn auch wir das Wort des Apostels hören: «Silber und Gold besitze ich nicht. Doch was ich habe, das gebe ich dir: Im Namen Jesu Christi, des Nazoräers, geh umher!» (Apg 3,6)
3. Um dieser Situation zu begegnen, haben Eure Bischöfe einen synodalen Weg vorgeschlagen. Was dieser konkret bedeutet und wie er sich entwickelt, wird sicherlich noch tiefer in Betracht gezogen werden müssen. Meinerseits habe ich meine Betrachtungen zum Thema Synodalität anlässlich der Feier des 50-jährigen Bestehens der Bischofssynode dargelegt[6]. Es handelt sich im Kern um einen synodos, einen gemeinsamen Weg unter der Führung des Heiligen Geistes. Das aber bedeutet, sich gemeinsam auf den Weg zu begeben mit der ganzen Kirche unter dem Licht des Heiligen Geistes, unter seiner Führung und seinem Aufrütteln, um das Hinhören zu lernen und den immer neuen Horizont zu erkennen, den er uns schenken möchte. Denn die Synodalität setzt die Einwirkung des Heiligen Geistes voraus und bedarf ihrer.
Anlässlich der letzten Vollversammlung der italienischen Bischöfe hatte ich die Gelegenheit, diese für das Leben der Kirche zentrale Wirklichkeit nochmals in Erinnerung zu rufen, indem ich die doppelte Perspektive, die sie verfolgt, einbrachte: «Synodalität von unten nach oben, das bedeutet die Pflicht, für die Existenz und die ordnungsgemäßen Funktionsvorgänge der Diözese, der Räte, der Pfarrgemeinden, für die Beteiligung der Laien Sorge zu tragen… (vgl. cann. 469-494 CIC), angefangen bei der Diözese. So ist es nicht möglich eine große Synode zu halten, ohne die Basis in Betracht zu ziehen… Dann erst kommt die Synodalität von oben nach unten», die es erlaubt, in spezifischer und besonderer Weise die kollegiale Dimension des bischöflichen Dienstes und des Kirche-Seins zu leben[7]. Nur so gelangen wir in Fragen, die für den Glauben und das Leben der Kirche wesentlich sind, zu reifen Entscheidungen. Möglich sein wird das unter der Bedingung, dass wir uns auf den Weg machen, gerüstet mit Geduld und der demütigen und gesunden Überzeugung, dass es uns niemals gelingen wird, alle Fragen und Probleme gleichzeitig lösen zu können. Die Kirche ist und wird immer Pilgerin auf dem Weg der Geschichte sein; dabei ist sie Trägerin eines Schatzes in irdenen Gefäßen (vgl. 2 Kor 4,7). Das ruft uns in Erinnerung: In dieser Welt wird die Kirche nie vollkommen sein, während ihre Lebendigkeit und ihre Schönheit in jenem Schatz gründet, zu dessen Hüterin sie von Anfang an bestellt ist[8].
Die aktuellen Herausforderungen sowie die Antworten, die wir geben, verlangen im Blick auf die Entwicklung eines gesunden aggiornamento «einen langen Reifungsprozess und die Zusammenarbeit eines ganzen Volkes über Jahre hinweg»[9]. Dies regt das Entstehen und Fortführen von Prozessen an, die uns als Volk Gottes aufbauen, statt nach unmittelbaren Ergebnissen mit voreiligen und medialen Folgen zu suchen, die flüchtig sind wegen mangelnder Vertiefung und Reifung oder weil sie nicht der Berufung entsprechen, die uns gegeben ist.
4. In diesem Sinne kann man bei aller ernsthaften und unvermeidlichen Reflexion leicht in subtile Versuchungen geraten, denen man, meines Erachtens, besondere Aufmerksamkeit schenken und deshalb Vorsicht walten lassen sollte, da sie uns, alles andere als hilfreich für einen gemeinsamen Weg, in vorgefassten Schemata und Mechanismen festhalten, die in einer Entfremdung oder einer Beschränkung unserer Mission enden. Mehr noch kommt als erschwerender Umstand hinzu: Wenn wir uns dieser Versuchungen nicht bewusst sind, enden wir leicht in einer komplizierten Reihe von Argumentationen, Analysen und Lösungen mit keiner anderen Wirkung, als uns von der wirklichen und täglichen Begegnung mit dem treuen Volk und dem Herrn fernzuhalten.
5. Die derzeitige Situation anzunehmen und sie zu ertragen, impliziert nicht Passivität oder Resignation und noch weniger Fahrlässigkeit; sie ist im Gegenteil eine Einladung, sich dem zu stellen, was in uns und in unseren Gemeinden abgestorben ist, was der Evangelisierung und der Heimsuchung durch den Herrn bedarf. Das aber verlangt Mut, denn, wessen wir bedürfen, ist viel mehr als ein struktureller, organisatorischer oder funktionaler Wandel.
Ich erinnere daran, was ich anlässlich der Begegnung mit euren Oberhirten im Jahre 2015 sagte, dass nämlich eine der ersten und größten Versuchungen im kirchlichen Bereich darin bestehe zu glauben, dass die Lösungen der derzeitigen und zukünftigen Probleme ausschließlich auf dem Wege der Reform von Strukturen, Organisationen und Verwaltung zu erreichen sei, dass diese aber schlussendlich in keiner Weise die vitalen Punkte berühren, die eigentlich der Aufmerksamkeit bedürfen. «Es handelt sich um eine Art neuen Pelagianismus, der dazu führt, unser Vertrauen auf die Verwaltung zu setzen, auf den perfekten Apparat. Eine übertriebene Zentralisierung kompliziert aber das Leben der Kirche und ihre missionarische Dynamik, anstatt ihr zu helfen (vgl. Evangelii gaudium, 32)»[10].
Die Grundlage dieser Versuchung ist der Gedanke, die beste Antwort angesichts der vielen Probleme und Mängel bestehe in einem Reorganisieren der Dinge, in Veränderungen und in einem “Zurechtflicken”, um so das kirchliche Leben zu ordnen und glätten, indem man es der derzeitigen Logik oder jener einer bestimmten Gruppe anpasst. Auf einem solchen Weg scheinen alle Schwierigkeiten gelöst zu sein und scheinbar finden die Dinge wieder ihre Bahn, so das kirchliche Leben eine “ganz bestimmte” neue oder alte Ordnung findet, die dann die Spannungen beendet, die unserem Mensch-Sein zu eigen sind und die das Evangelium hervorrufen will[11].
Auf diese Weise wären Spannungen im kirchlichen Leben nur scheinbar zu beseitigen. Nur „in Ordnung und im Einklang” sein zu wollen, würde mit der Zeit lediglich das Herz unseres Volkes einschläfern und zähmen und die lebendige Kraft des Evangeliums, die der Geist schenken möchte, verringern oder gar zum Schweigen bringen: «Das aber wäre die größte Sünde der Verweltlichung und verweltlichter Geisteshaltung gegen das Evangelium»[12]. So käme man vielleicht zu einem gut strukturierten und funktionierenden, ja sogar „modernisierten“ kirchlichen Organismus; er bliebe jedoch ohne Seele und ohne die Frische des Evangeliums. Wir würden lediglich ein „gasförmiges“, vages Christentum, aber ohne den notwendigen „Biss“ des Evangeliums, leben[13]. «Heute sind wir gerufen, Ungleichgewichte und Missverhältnisse zu bewältigen. Wir werden nicht in der Lage sein, irgendetwas Gutes zu tun, was dem Evangelium entspricht, wenn wir davor Angst haben»[14]. Wir dürfen nicht vergessen, dass es Spannungen und Ungleichgewichte gibt, die den Geschmack des Evangeliums haben, die beizubehalten sind, weil sie neues Leben verheißen.
6. Daher erscheint es mir wichtig, das nicht aus den Augen zu verlieren, was «die Kirche wiederholt gelehrt hat, dass wir nicht durch unsere Werke oder unsere Anstrengungen gerechtfertigt werden, sondern durch die Gnade des Herrn, der die Initiative ergreift»[15]. Ohne diese Dimension der göttlichen Tugenden laufen wir Gefahr, in den verschiedenen Erneuerungsbestrebungen das zu wiederholen, was heute die kirchliche Gemeinschaft daran hindert, die barmherzige Liebe Gottes zu verkündigen. Die Art und Weise der Annahme der derzeitigen Situation wird bestimmend sein für die Früchte, die sich daraus entwickeln werden. Darum appelliere ich, dass dies im Ton der göttlichen Tugenden geschehen soll. Das Evangelium der Gnade mit der Heimsuchung des Heiligen Geistes sei das Licht und der Führer, damit ihr euch diesen Herausforderungen stellen könnt. Sooft eine kirchliche Gemeinschaft versucht hat, alleine aus ihren Problemen herauszukommen, und lediglich auf die eigenen Kräfte, die eigenen Methoden und die eigene Intelligenz vertraute, endete das darin, die Übel, die man überwinden wollte, noch zu vermehren und aufrechtzuerhalten. Die Vergebung und das Heil sind nicht etwas, das wir erkaufen müssen, «oder was wir durch unsere Werke oder unsere Bemühungen erwerben müssen. Er vergibt und befreit uns unentgeltlich. Seine Hingabe am Kreuz ist etwas so Großes, dass wir es weder bezahlen können noch sollen, wir können dieses Geschenk nur mit größter Dankbarkeit entgegennehmen, voll Freude, so geliebt zu werden, noch bevor wir überhaupt daran denken»[16].
Das gegenwärtige Bild der Lage erlaubt uns nicht, den Blick dafür zu verlieren, dass unsere Sendung sich nicht an Prognosen, Berechnungen oder ermutigenden oder entmutigenden Umfragen festmacht, und zwar weder auf kirchlicher, noch auf politischer, ökonomischer oder sozialer Ebene und ebenso wenig an erfolgreichen Ergebnissen unserer Pastoralplanungen[17]. Alles das ist von Bedeutung, auch diese Dinge zu werten, hinzuhören, auszuwerten und zu beachten; in sich jedoch erschöpft sich darin nicht unser Gläubig-Sein. Unsere Sendung und unser Daseinsgrund wurzelt darin, dass «Gott die Welt so sehr geliebt hat, dass er seinen einzigen Sohn dahingab, damit alle, die an ihn glauben, nicht verloren gehen, sondern das ewige Leben haben» (Joh 3,16). «Ohne neues Leben und echten, vom Evangelium inspirierten Geist, ohne „Treue der Kirche gegenüber ihrer eigenen Berufung“ wird jegliche neue Struktur in kurzer Zeit verderben»[18].
Deshalb kann der bevorstehende Wandlungsprozess nicht ausschließlich reagierend auf äußere Fakten und Notwendigkeiten antworten, wie es zum Beispiel der starke Rückgang der Geburtenzahl und die Überalterung der Gemeinden sind, die nicht erlauben, einen normalen Generationen-wechsel ins Auge zu fassen. Objektive und gültige Ursachen würden jedoch, werden sie isoliert vom Geheimnis der Kirche betrachtet, eine lediglich reaktive Haltung – sowohl positiv wie negativ – begünstigen und anregen. Ein wahrer Wandlungsprozess beantwortet, stellt aber zugleich auch Anforderungen, die unserem Christ-Sein und der ureigenen Dynamik der Evangelisierung der Kirche entspringen; ein solcher Prozess verlangt eine pastorale Bekehrung. Wir werden aufgefordert, eine Haltung einzunehmen, die darauf abzielt, das Evangelium zu leben und transparent zu machen, indem sie mit «dem grauen Pragmatismus des täglichen Lebens der Kirche bricht, in dem anscheinend alles normal abläuft, aber in Wirklichkeit der Glaube nachlässt und ins Schäbige absinkt»[19]. Pastorale Bekehrung ruft uns in Erinnerung, dass die Evangelisierung unser Leitkriterium schlechthin sein muss, unter dem wir alle Schritte erkennen können, die wir als kirchliche Gemeinschaft gerufen sind in Gang zu setzen gerufen sind; Evangelisieren bildet die eigentliche und wesentliche Sendung der Kirche[20].
7. Deshalb ist es, wie Eure Bischöfe bereits betont haben, notwendig, den Primat der Evangelisierung zurückzugewinnen, um die Zukunft mit Vertrauen und Hoffnung in den Blick zu nehmen, denn «die Kirche, Trägerin der Evangelisierung, beginnt damit, sich selbst zu evangelisieren. Als Gemeinschaft von Gläubigen, als Gemeinschaft gelebter und gepredigter Hoffnung, als Gemeinschaft brüderlicher Liebe muss die Kirche unablässig selbst vernehmen, was sie glauben muss, welches die Gründe ihrer Hoffnung sind und was das neue Gebot der Liebe ist»[21].
Die so gelebte Evangelisierung ist keine Taktik kirchlicher Neupositionierung in der Welt von heute, oder kein Akt der Eroberung, der Dominanz oder territorialen Erweiterung; sie ist keine „Retusche“, die die Kirche an den Zeitgeist anpasst, sie aber ihre Originalität und ihre prophetische Sendung verlieren lässt. Auch bedeutet Evangelisierung nicht den Versuch, Gewohnheiten und Praktiken zurückzugewinnen, die in anderen kulturellen Zusammenhängen einen Sinn ergaben. Nein, die Evangelisierung ist ein Weg der Jüngerschaft in Antwort auf die Liebe zu Dem, der uns zuerst geliebt hat (vgl. 1 Joh 4,19); ein Weg also, der einen Glauben ermöglicht, der mit Freude gelebt, erfahren, gefeiert und bezeugt wird. Die Evangelisierung führt uns dazu, die Freude am Evangelium wiederzugewinnen, die Freude, Christen zu sein. Es gibt ganz sicher harte Momente und Zeiten des Kreuzes; nichts aber kann die übernatürliche Freude zerstören, die es versteht sich anzupassen, sich zu wandeln und die immer bleibt, wie ein wenn auch leichtes Aufstrahlen von Licht, das aus der persönlichen Sicherheit hervorgeht, unendlich geliebt zu sein, über alles andere hinaus. Die Evangelisierung bringt innere Sicherheit hervor, «eine hoffnungsfrohe Gelassenheit, die eine geistliche Zufriedenheit schenkt, die für weltliche Maßstäbe unverständlich ist»[22]. Verstimmung, Apathie, Bitterkeit, Kritiksucht sowie Traurigkeit sind keine guten Zeichen oder Ratgeber; vielmehr gibt es Zeiten in denen «die Traurigkeit mitunter mit Undankbarkeit zu tun hat: Man ist so in sich selbst verschlossen, dass man unfähig wird, die Geschenke Gottes anzuerkennen»[23].
8. Deshalb muss unser Hauptaugenmerk sein, wie wir diese Freude mitteilen: indem wir uns öffnen und hinausgehen, um unseren Brüdern und Schwestern zu begegnen, besonders jenen, die an den Schwellen unserer Kirchentüren, auf den Straßen, in den Gefängnissen, in den Krankenhäusern, auf den Plätzen und in den Städten zu finden sind. Der Herr drückte sich klar aus: «Sucht aber zuerst sein Reich und seine Gerechtigkeit; dann wird euch alles andere dazugegeben» (Mt 6,33). Das bedeutet hinauszugehen, um mit dem Geist Christi alle Wirklichkeiten dieser Erde zu salben, an ihren vielfältigen Scheidewegen, ganz besonders dort, «wo die neuen Geschichten und Paradigmen entstehen, um mit dem Wort Jesu den innersten Kern der Seele der Städte zu erreichen»[24]. Das bedeutet mitzuhelfen, dass das Leiden Christi wirklich und konkret jenes vielfältige Leiden und jene Situationen berühren kann, in denen sein Angesicht weiterhin unter Sünde und Ungleichheit leidet. Möge dieses Leiden den alten und neuen Formen der Sklaverei, welche Männer und Frauen gleichermaßen verletzen, die Maske herunterreißen, besonders heute, da wir immer neu ausländerfeindlichen Reden gegenüberstehen, die eine Kultur fördern, die als Grundlage die Gleichgültigkeit, die Verschlossenheit sowie den Individualismus und die Ausweisung hat. Und es sei im Gegenzug das Leiden Christi, das in unseren Gemeinden und Gemeinschaften, besonders unter den jüngeren Menschen, die Leidenschaft für sein Reich erwecke!
Das fordert von uns, «einen geistlichen Wohlgefallen daran zu finden, nahe am Leben der Menschen zu sein, bis zu dem Punkt, dass man entdeckt, dass dies eine Quelle höherer Freude ist. Die Mission ist eine Leidenschaft für Jesus, zugleich aber eine Leidenschaft für sein Volk»[25].
So müssten wir uns also fragen, was der Geist heute der Kirche sagt (vgl. Offb 2,7), um die Zeichen der Zeit zu erkennen[26], was nicht gleichbedeutend ist mit einem bloßen Anpassen an den Zeitgeist (vgl. Röm 12,2). Alle Bemühungen des Hörens, des Beratens und der Unterscheidung zielen darauf ab, dass die Kirche im Verkünden der Freude des Evangeliums, der Grundlage, auf der alle Fragen Licht und Antwort finden können, täglich treuer, verfügbarer, gewandter und transparenter wird[27]. «Die Herausforderungen existieren, um überwunden zu werden. Seien wir realistisch, doch ohne die Heiterkeit, den Wagemut und die hoffnungsvolle Hingabe zu verlieren! Lassen wir uns die missionarische Kraft nicht nehmen!»[28].
9. Das Zweite Vatikanische Konzil war ein wichtiger Schritt für die Heranbildung des Bewusstseins, das die Kirche sowohl über sich selbst als auch über ihre Mission in der heutigen Welt hat. Dieser Weg, der vor über fünfzig Jahren begann, spornt uns weiterhin zu seiner Rezeption und Weiterentwicklung an und ist jedenfalls noch nicht an seinem Ende angelangt, insbesondere bezüglich der Synodalität, die berufen ist, sich auf den verschiedenen Ebenen des kirchlichen Lebens zu entfalten (Pfarrei, Diözesen, auf nationaler Ebene, in der Weltkirche sowie in den verschiedenen Kongregationen und Gemeinschaften). Es ist Aufgabe dieses Prozesses, gerade in diesen Zeiten starker Fragmentierung und Polarisierung sicherzustellen, dass der Sensus Ecclesiae auch tatsächlich in jeder Entscheidung lebt, die wir treffen, und der alle Ebenen nährt und durchdringt. Es geht um das Leben und das Empfinden mit der Kirche und in der Kirche, das uns in nicht wenigen Situationen auch Leiden in der Kirche und an der Kirche verursachen wird. Die Weltkirche lebt in und aus den Teilkirchen[29], so wie die Teilkirchen in und aus der Weltkirche leben und erblühen; falls sie von der Weltkirche getrennt wären, würden sie sich schwächen, verderben und sterben. Daraus ergibt sich die Notwendigkeit, die Gemeinschaft mit dem ganzen Leib der Kirche immer lebendig und wirksam zu erhalten. Das hilft uns, die Angst zu überwinden, die uns in uns selbst und in unseren Besonderheiten isoliert, damit wir demjenigen in die Augen schauen und zuhören oder damit wir auf Bedürfnisse verzichten können und so denjenigen zu begleiten vermögen, der am Straßenrand liegen geblieben ist. Manchmal kann sich diese Haltung in einer minimalen Geste zeigen, wie jene des Vaters des Verlorenen Sohnes, der die Türen offen hält, so dass der Sohn, wenn er zurückkehrt, ohne Schwierigkeiten eintreten kann[30]. Das bedeutet nicht, nicht zu gehen, nicht voranzuschreiten, nichts zu ändern und vielleicht nicht einmal zu debattieren und zu widersprechen, sondern es ist einfach die Folge des Wissens, dass wir wesentlich Teil eines größeren Leibes sind, der uns beansprucht, der auf uns wartet und uns braucht, und den auch wir beanspruchen, erwarten und brauchen. Es ist die Freude, sich als Teil des heiligen und geduldigen treuen Volkes Gottes zu fühlen.
Die anstehenden Herausforderungen, die verschiedenen Themen und Fragestellungen können nicht ignoriert oder verschleiert werden; man muss sich ihnen stellen, wobei darauf zu achten ist, dass wir uns nicht in ihnen verstricken und den Weitblick verlieren, der Horizont sich dabei begrenzt und die Wirklichkeit zerbröckelt. «Wenn wir im Auf und Ab der Konflikte verharren, verlieren wir den Sinn für die tiefe Einheit der Wirklichkeit»[31]. In diesem Sinne schenkt uns der Sensus Ecclesiae diesen weiten Horizont der Möglichkeit, aus dem heraus versucht werden kann, auf die dringenden Fragen zu antworten. Der Sensus Ecclesiae erinnert uns zugleich an die Schönheit des vielgestaltigen Angesichts der Kirche[32]. Dieses Gesicht ist vielfältig, nicht nur aus einer räumlichen Perspektive heraus, in ihren Völkern, Rassen und Kulturen[33], sondern auch aus ihrer zeitlichen Wirklichkeit heraus, die es uns erlaubt, in die Quellen der lebendigsten und vollsten Tradition einzutauchen. Ihrerseits ist diese Tradition berufen, das Feuer am Leben zu erhalten, statt lediglich die Asche zu bewahren[34]. Sie erlaubt es allen Generationen, die erste Liebe mit Hilfe des Heiligen Geistes wieder zu entzünden.
Der Sensus Ecclesiae befreit uns von Eigenbrötelei und ideologischen Tendenzen, um uns einen Geschmack dieser Gewissheit des Zweiten Vatikanischen Konzils zu geben, als es bekräftigte, dass die Salbung des Heiligen (vgl. 1 Joh 2,20. 27) zur Gesamtheit der Gläubigen gehört[35]. Die Gemeinschaft mit dem heiligen und treuen Volk Gottes, dem Träger der Salbung, hält die Hoffnung und die Gewissheit am Leben, dass der Herr an unserer Seite wandelt und dass er es ist, der unsere Schritte stützt. Ein gesundes gemeinsames Auf-dem-Weg-Sein muss diese Überzeugung durchscheinen lassen in der Suche nach Mechanismen, durch die alle Stimmen, insbesondere die der Einfachen und Kleinen, Raum und Gehör finden. Die Salbung des Heiligen, die über den ganzen kirchlichen Leib ausgegossen wurde, «verteilt besondere Gnaden unter den Gläubigen eines jeden Standes und jeder Lebensbedingung und verteilt seine Gaben an jeden nach seinem Willen (1 Kor 12,11). Durch diese macht er sie geeignet und bereit, für die Erneuerung und den vollen Aufbau der Kirche verschiedene Werke und Dienste zu übernehmen gemäß dem Wort: Jedem wird der Erweis des Geistes zum Nutzen gegeben (1 Kor 12,7)»[36]. Dies hilft uns, auf diese alte und immer neue Versuchung der Förderer des Gnostizismus zu achten, die, um sich einen eigenen Namen zu machen und den Ruf ihrer Lehre und ihren Ruhm zu mehren, versucht haben, etwas immer Neues und Anderes zu sagen als das, was das Wort Gottes ihnen geschenkt hat. Es ist das, was der heilige Johannes mit dem Terminus proagon beschreibt (2 Joh 9); gemeint ist damit derjenige, der voraus sein will, der Fortgeschrittene, der vorgibt über das „kirchliche Wir“ hinauszugehen, das jedoch vor den Exzessen bewahrt, die die Gemeinschaft bedrohen[37].
10. Deshalb achtet aufmerksam auf jede Versuchung, die dazu führt, das Volk Gottes auf eine erleuchtete Gruppe reduzieren zu wollen, die nicht erlaubt, die unscheinbare, zerstreute Heiligkeit zu sehen, sich an ihr zu freuen und dafür zu danken. Diese Heiligkeit, die da lebt «im geduldigen Volk Gottes: in den Eltern, die ihre Kinder mit so viel Liebe erziehen, in den Männern und Frauen, die arbeiten, um das tägliche Brot nach Hause zu bringen, in den Kranken, in den älteren Ordensfrauen, die weiter lächeln. In dieser Beständigkeit eines tagtäglichen Voranschreitens sehe ich die Heiligkeit der streitenden Kirche. Oft ist das die Heiligkeit „von nebenan“, derer, die in unserer Nähe wohnen und die ein Widerschein der Gegenwart Gottes sind»[38]. Das ist die Heiligkeit, die die Kirche vor jeder ideologischen, pseudo-wissenschaftlichen und manipulativen Reduktion schützt und immer bewahrt hat. Diese Heiligkeit regt uns an, erinnert daran und lädt ein, diesen marianischen Stil im missionarischen Wirken der Kirche zu entwickeln, die so in der Lage ist, Gerechtigkeit mit Barmherzigkeit, Kontemplation mit Aktion und Zärtlichkeit mit Überzeugung auszudrücken. «Denn jedes Mal, wenn wir auf Maria schauen, glauben wir wieder an das Revolutionäre der Zärtlichkeit und der Liebe. An ihr sehen wir, dass die Demut und die Zärtlichkeit nicht Tugenden der Schwachen, sondern der Starken sind, die nicht andere schlecht zu behandeln brauchen, um sich wichtig zu fühlen»[39].
In meinem Heimatland gibt es ein zum Nachdenken anregendes und kraftvolles Sprichwort, das das erhellen kann: «Vereint seien die Brüder, denn das ist das erste Gesetz; sie mögen die Einheit wahren zu jeder Zeit, denn wenn sie untereinander kämpfen, werden sie von den Außenstehenden verschlungen»[40]. Brüder und Schwestern, haben wir Sorge füreinander! Achten wir auf die Versuchung durch den Vater der Lüge und der Trennung, den Meister der Spaltung, der beim Antreiben der Suche nach einem scheinbaren Gut oder einer Antwort auf eine bestimmte Situation letztendlich den Leib des heiligen und treuen Volkes Gottes zerstückelt! Begeben wir uns als apostolische Körper gemeinsam auf den Weg und hören wir einander unter der Führung des Heiligen Geistes – auch wenn wir nicht in gleicher Weise denken – aus der weisen Überzeugung heraus, dass «die Kirche im Gang der Jahrhunderte ständig der Fülle der göttlichen Wahrheit entgegenstrebt, bis an ihr sich Gottes Worte erfüllen»[41].
11. Die synodale Sichtweise hebt weder Gegensätze oder Verwirrungen auf, noch werden durch sie Konflikte den Beschlüssen eines "guten Konsenses", die den Glauben kompromittieren, den Ergebnissen von Volkszählungen oder Erhebungen, die sich zu diesem oder jenem Thema ergeben, untergeordnet. Das wäre sehr einschränkend. Mit dem Hintergrund und der Zentralität der Evangelisierung und dem Sensus Ecclesiae als bestimmende Elemente unserer kirchlichen DNA beansprucht die Synodalität bewusst eine Art und Weise des Kirche-Seins anzunehmen, bei dem «das Ganze mehr ist als der Teil, und es ist auch mehr als ihre einfache Summe. Man darf sich also nicht zu sehr in Fragen verbeißen, die begrenzte Sondersituationen betreffen, sondern muss immer den Blick weiten, um ein größeres Gut zu erkennen, das uns allen Nutzen bringt. Das darf allerdings nicht den Charakter einer Flucht oder einer Entwurzelung haben. Es ist notwendig, die Wurzeln in den fruchtbaren Boden zu senken und in die Geschichte des eigenen Ortes, die ein Geschenk Gottes ist. Man arbeitet im Kleinen, mit dem, was in der Nähe ist, jedoch mit einer weiteren Perspektive»[42].
12. Dies verlangt vom ganzen Volk Gottes und besonders von ihren Hirten eine Haltung der Wachsamkeit und der Bekehrung, die es ermöglicht, das Leben und die Wirksamkeit dieser Wirklichkeiten zu erhalten. Die Wachsamkeit und die Bekehrung sind Gaben, die nur der Herr uns schenken kann. Uns muss es genügen, durch Gebet und Fasten um seine Gnade zu bitten. Immer hat es mich beeindruckt, wie der Herr während seines irdischen Lebens, insbesondere in den Augenblicken großer Entscheidungen, in besonderer Weise versucht wurde. Gebet und Fasten hatten eine besondere und bestimmende Bedeutung für sein gesamtes nachfolgendes Handeln (vgl. Mt 4,1-11). Auch die Synodalität kann sich dieser Logik nicht entziehen und muss immer von der Gnade der Umkehr begleitet sein, damit unser persönliches und gemeinschaftliches Handeln sich immer mehr der Kenosis Christi angleichen und sie darstellen kann (vgl. Phil 2,1-11). Als Leib Christi sprechen, handeln und antworten, bedeutet auch, in der Art und Weise Christi mit den gleichen Haltungen, mit derselben Umsicht und denselben Prioritäten zu sprechen und zu handeln. Dem Beispiel des Meisters folgend, der «sich selbst entäußerte, und wie ein Sklave wurde» (Phil 2,7), befreit uns die Gnade der Bekehrung deshalb von falschen und sterilen Protagonismen. Sie befreit uns von der Versuchung, in geschützten und bequemen Positionen zu verharren, und lädt uns ein, an die Ränder zu gehen, um uns selbst zu finden und besser auf den Herrn zu hören.
Diese Haltung der Entäußerung erlaubt es uns auch, die kreative und immer reiche Kraft der Hoffnung zu erfahren, die aus der Armut des Evangeliums geboren wurde, zu der wir berufen sind; sie macht uns frei zur Evangelisierung und zum Zeugnis. So erlauben wir dem Geist, unser Leben zu erfrischen und zu erneuern, indem er es von Sklaverei, Trägheit und nebensächlichem Komfort befreit, die uns daran hindern, hinauszugehen und, vor allem, anzubeten. Denn in der Anbetung erfüllt der Mensch seine höchste Pflicht und sie erlaubt ihm, einen Blick auf die kommende Klarheit zu werfen, die uns hilft, die neue Schöpfung zu verkosten[43].
Ohne diese Perspektive laufen wir Gefahr, von uns selbst oder vom Wunsch nach Selbstrechtfertigung und Selbsterhaltung auszugehen, was zu Veränderungen und Regelungen führt, die auf halbem Weg stecken bleiben. Weit davon entfernt, die Probleme zu lösen, endet das darin, dass wir uns in einer endlosen Spirale verfangen, und damit die schönste, befreiende und verheißungsvolle Verkündigung erstickt und abtötet, die wir haben und die unserer Existenz einen Sinn gibt: Jesus Christus ist der Herr! Wir bedürfen des Gebetes, der Buße und der Anbetung, die es uns ermöglichen, mit dem Zöllner zu sprechen: «Gott, sei mir Sünder gnädig!» (Lk 18,13), nicht in heuchlerischer, infantiler oder kleinmütiger Weise, sondern mit dem Mut, die Tür zu öffnen und das zu sehen, was normalerweise durch Oberflächlichkeit, durch die Kultur des Wohlbefindens und des Augenscheins verdeckt bleibt[44].
Im Grunde genommen ermöglichen uns diese Geisteshaltungen – wahre geistliche Heilmittel (Gebet, Buße und Anbetung) –, noch einmal zu erfahren, dass Christ-Sein bedeutet, sich selig und gesegnet und somit Träger der Glückseligkeit für die anderen zu wissen. Christ-Sein bedeutet, der Kirche der Seligpreisungen für die Seliggepriesenen von heute anzugehören: die Armen, die Hungrigen, die Weinenden, die Gehassten, die Ausgeschlossenen und die Beschimpften (vgl. Lk 6,20-23). Vergessen wir nicht: «In den Seligpreisungen zeigt der Herr uns den Weg. Wenn wir den Weg der Seligpreisungen gehen, können wir zum wahrsten menschlichen und göttlichen Glück gelangen. Die Seligpreisungen sind der Spiegel, der uns mit einem Blick darauf kundtut, ob wir auf einem richtigen Weg gehen: Dieser Spiegel lügt nicht»[45]!
13. Liebe Brüder und Schwestern, ich weiß um eure Standfestigkeit und mir ist bekannt, was ihr für den Namen des Herrn durchgestanden und erduldet habt; ich weiß auch um eurem Wunsch und eurer Verlangen, die erste Liebe in der Kirche mit der Kraft des Geistes wiederzubeleben (vgl. Offb 2,1-5). Dieser Geist, der das gebrochene Schilfrohr nicht zerbricht und den glimmenden Docht nicht auslöscht (vgl. Jes 42,3), nähre und belebe das Gute, das euer Volk auszeichnet, und lasse es erblühen! Ich möchte euch zur Seite stehen und euch begleiten in der Gewissheit, dass, wenn der Herr uns für würdig hält, diese Stunde zu leben, Er das nicht getan hat, um uns angesichts der Herausforderungen zu beschämen oder zu lähmen. Vielmehr will er, dass Sein Wort einmal mehr unser Herz herausfordert und entzündet, wie Er es bei euren Vätern getan hat, damit eure Söhne und Töchter Visionen und eure Alten wieder prophetische Träume empfangen (vgl. Joel 3,1). Seine Liebe «erlaubt uns, das Haupt zu erheben und neu zu beginnen. Fliehen wir nicht vor der Auferstehung Jesu, geben wir uns niemals geschlagen, was auch immer geschehen mag. Nichts soll stärker sein als sein Leben, das uns vorantreibt!»[46].
Und so bitte ich Euch, betet für mich!
Vatikan, den 29. Juni 2019
FRANZISKUS
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[1] Franziskus, Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 11.
[2] Vgl. Benedikt XVI., Begegnung mit den Deutschen Bischöfen in Köln, XX. Weltjugendtag (21. August 2005).
[3] Vgl. II. Vat. Konzil, Pastoralkonstitution Gaudium et spes, 58.
[4] Benedikt XVI., Begegnung mit den Deutschen Bischöfen in Köln, XX. Weltjugendtag (21. August 2005).
[5] Franziskus, Ad limina Besuch der Deutschen Bischöfe (20. November 2015).
[6] Vgl. Franziskus, Apostolische Konstitution Episcopalis communio (15. September 2018).
[7] Vgl. II. Vat. Konzil, Dogm. Konst. über die Kirche Lumen gentium, 23; Konzilsdekret über den Dienst der Bischöfe Christus Dominus, 3. Mit einem Zitat der Internationale Theologenkommission aus deren jüngstem Dokument Die Synodalität im Leben und in der Sendung der Kirche, sagte ich den italienischen Bischöfen: «Die Kollegialität ist deshalb die spezifische Form in der die kirchliche Synodalität zum Ausdruck kommt; sie verwirklicht sich durch den Dienst der Bischöfe auf der Ebene der communio unter den Teilkirchen einer Region und durch die communio unter allen Teilkirchen in der Weltkirche. Ein jeder authentische Ausdruck der Synodalität verlangt wesensmäßig den kollegialen Dienst der Bischöfe», vgl. Ansprache an die Italienische Bischofskonferenz (20. Mai 2019).
[8] Vgl. II. Vat. Konzil, Dogmat. Konst. über die Kirche Lumen gentium, 8.
[9] Yves Congar, Vera e falsa riforma nella Chiesa, 259.
[10] Franziskus, Ansprache an die Deutsche Bischofkonferenz (20. November 2015).
[11] Schlussendlich ist es die Logik eines technokratischen Denkens, das sich allen Entscheidungen, Beziehungen und Nuancen unseres Lebens aufnötigt (vgl. Franziskus, Enzyklika Laudato sii, 106-114). Deshalb beeinflusst eine solche Logik auch unser Denken und Fühlen und unsere Art und Weise, Gott und den Nächsten zu lieben.
[12] Franziskus, Diözesanversammlung des Bistums Rom (9. Mai 2019).
[13] Vgl. Franziskus, Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 97: «Gott befreie uns von einer weltlichen Kirche unter spirituellen oder pastoralen Drapierungen! Diese erstickende Weltlichkeit erfährt Heilung, wenn man die reine Luft des Heiligen Geistes kostet, der uns davon befreit, um uns selbst zu kreisen, verborgen in einem religiösen Anschein über gottloser Leere. Lassen wir uns das Evangelium nicht nehmen!».
[14] Franziskus, Diözesanversammlung des Bistums Rom (9. Mai 2019).
[15] Franziskus, Apostolisches Schreiben Gaudete et exsultate, 52.
[16] Franziskus, Nachtsynodales Apostolisches Schreiben Christus vivit, 121.
[17] Eine Haltung, die entweder einen Geist des uneingeschränkten Verlangens nach Erfolg entfacht im Falle günstigen Windes oder eine Opferhaltung hervorbringt, wenn „es gilt, gegen den Wind zu rudern“. Diese Denkweisen sind dem Geist des Evangeliums fremd und lassen eine elitäre Glaubenspraxis durchscheinen. Weder das eine, noch das andere; der Christ lebt aus der Danksagung.
[18] Franziskus, Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 26.
[19] Franziskus, Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 83.
[20] Vgl. Paul VI., Apostolisches Schreiben Evangelii nuntiandi, 14.
[21] Ebd, 15.
[22] Vgl. Franziskus, Apostolisches Schreiben Gaudete et exsultate, 125.
[23] Ebd, 126.
[24] Franziskus, Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 74.
[25] Ebd, 268.
[26] Vgl. II. Vat. Konzil, Pastoralkonstitution Gaudium et spes, 4; 11.
[27] Vgl. Franziskus, Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 28.
[28] Ebd, 109.
[29] Vgl. II. Vat. Konzil, Dogm. Konst. über die Kirche Lumen Gentium, 23.
[30] Vgl. Franziskus, Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 46.
[31] Franziskus, Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 226.
[32] Vgl. Johannes Paul II., Apostolisches Schreiben Novo millennio ineunte, 40.
[33] Vgl. II. Vat. Konzil, Dogmat. Konst. über die Kirche Lumen Gentium, 13.
[34] Gustav Mahler (zugeschrieben): „die Tradition ist die Gewähr für die Zukunft und nicht die Hüterin der Asche“.
[35] Vgl. II. Vat. Konzil, Dogmat. Konst. über die Kirche Lumen Gentium, 12.
[36] Vgl. II. Vat. Konzil, Dogmat. Konst. über die Kirche Lumen Gentium, 12.
[37] Vgl. Joseph Ratzinger, Der Gott Jesu Christi, München 1976. S. 142.
[38] Franziskus, Apostolisches Schreiben Gaudete et exsultate, 7.
[39] Franziskus, Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 288.
[40] José Hernandez, Martín Fierro, secunda parte, Decimoséptima sextina.
[41] II. Vat. Konzil, Dogm. Konst. über die göttliche Offenbarung Dei Verbum, 8.
[42] Franziskus, Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 235.
[43] Vgl. Romano Guardini, Glaubenserkenntnis. Mainz 3. Aufl. 1997. S.16.
[44] Vgl. J. M. Bergoglio, Sobre la acusación de sí, 2.
[45] Franziskus Ansprache vor dem 5. Nationalen Kongress der Kirche in Italien, Florenz, 10. November 2015.
[46] Franziskus, Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 3.
[01164-DE.01] [Originalsprache: Spanisch]
[B0561-XX.01]